Este es un post diferente al resto de lo que habéis leído en
mi blog que a partir de ahora denominaremos “nuestro blog”. He decidido
asociarme con alguien con quien ya tenía algo a medias y a través de sus
palabras os comunico que mi socia y yo no sólo compartimos aficiones sino que
este espacio va a ir a partir de ahora al 50%. Ella es Malospelos, otra que
como yo prefiere disfrazarse (de momento) a dar la cara con todas sus vocales y
consonantes. Así que a partir de ahora los juguetitos plásticos, los dibujos,
garabatos, etc. los pone un servidor y las peroratas y la literatura la mujer
que nunca supo peinarse y que es demasiado tímida como para escribir en
femenino, así que yo le presto mis labios y ella me pone encima las zarpas de
ventrílocua.
A lo que íbamos. Hoy tenía pensado colgar una ilustración
con su correspondiente crítica social, o una revisión nostálgica de
sentimientos ochenteros o cualquier otra cosa que me viniera a la cabeza. Pero
mira por donde, cotilleando otros blogs me he encontrado con la foto esta de
aquí arriba y con un post estupendo que creo que a muchos les puede interesar:
Os lo recomiendo porque la sinceridad rebosa los límites de
la pantalla. Y como ella propone voy a hacer una lista de cosas que me dan
miedo y hacen que la vida no sea ni dulce ni amarga, sino una batalla de la que
hay que atrincherarse no sea que esta vez tampoco salgamos vencedores.
Si hay algo que me acojona particularmente son los cambios.
No soy nada dado a cambiar, si una cosa funciona por qué cambiarla? Es más si
no funciona del todo… le pongo un parche. Pero por otro lado me da pánico el
fracaso, el rechazo, el “no”. Por eso soy tan perfeccionista. Dicen que los
“genios” lo son pero lo mío no creo, ni de calle, que sea genialidad, lo mío es
una artesanía plástica bien entendida, un trabajo de hormiguita, un empeño más
allá de lo prácticamente aceptable y una necesidad de aprobación que llega a
crispar los nervios de quienes tengo cerca.
Así que todo lo que hago me parece incompleto, pueril y
mediocre. Nunca estoy contento con mi trabajo y soy súper inseguro. Me falta
confianza en mí mismo y no creo que vaya a llegar nunca al nivel de calidad de
los ilustradores que adoro y casi venero.
Cuelgo mis trabajitos en el blog porque, aunque no confío en
mí, confío en mi socia que se de buena tinta que cree en mi y en lo que hago y
porque, sinceramente, tanto trabajo, tantas horas y tanta tinta… al menos que
sirva de algo, no??? Y si soy bueno o llego a serlo alguien habrá que me
descubra y qué mejor plataforma que internet.
No cuelgo nunca nada que haya pasado como mínimo un tercer
grado de análisis morcimeniano y que no haya sufrido las correcciones de mi
obsesivo punto de vista.
Todo lo que cuelgo lo reviso una vez posteado y siempre
tengo la sensación de que podría haberlo hecho mejor.
Mi estudio, por utilizar un eufemismo, es un zulo. Hasta
ahora trabajaba con un ordenador que tenía 10 años y que para arrancar
necesitaba dos mulos para tirar de él. Ahora tengo uno nuevo que no es
precisamente el Entreprise pero algo tiene de Halcón Milenario.
Mi mesa es la vieja del comedor y para calcar los dibujos
que hago a mano utilizo la pantalla: pongo el original debajo y el folio blanco
encima y los sujeto con celo. Calco y luego uso un escáner de primera
generación tipo Spectrum que es lento pero seguro.
Aprendí a utilizar el photoshop con un manual y con estas
manitas y no, no tengo ni idea de fotografía digital, ya quisiera yo hacer
retoques y que mis ilustraciones fueran tan reales como la vida misma. Pero,
claro, eso sería hacer trampitas.
Los fondos de ilustración tipo calle, edificio, los hago con
Autocad, herencia de mi ex trabajo oficial.
No me gusta lo falso ni lo indolente. Creo en el esfuerzo y
a lo largo de los años he aprendido que tirar la toalla no es una actitud, sino
una derrota. Sé también que el criterio propio y el de quien bien te quiere y
te hace sufrir son los dos únicos raseros por los que medir la propia valía,
que la mayoría de los demás mienten para quedar bien, para hacerte sentir mejor
porque así ellos también se sienten menos culpables, menos favorecidos cuando
uno está en el ojo del huracán.
No me gustan los halagos impertinentes ni los premios
inmerecidos y aún no he aprendido a celebrar los méritos propios porque aún no
he acabado de confiar en mi propio talento, eufemizando de nuevo la capacidad
para crear.
Admiro profundamente a aquellos que tienen un don y se
consagran a él contra viento y marea y luchan por sobrevivir y vivir como ellos
deciden, no como la sociedad obliga.
Amo lo bello y natural y aborrezco lo creado de forma artificial
y falsa. El maquillaje es necesario pero el disfraz es, a menudo, exagerado y
trivial.
Siento nostalgia de la bonanza pretérita pero creo en un
futuro mejor, aunque imperfecto y salvaje.
Soy lo que amo y por eso confío en que todo irá a mejor.
Gracias a todos los que, como nosotros, intentáis hacer de
vuestras aficiones un blog y perpetuáis así la comunicación honesta. Gracias
por ser tan auténticos.
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